Es necesaria una segunda vuelta en la Ciudad ?
Por el Dr. Gonzalo Javier Lema
Varias son las opiniones que circulan luego del resultado de la primera vuelta de las elecciones para Jefe de Gobierno. Algunos sugieren un virtual “abandono” del candidato por el Frente para la Victoria, basados en razones económicas y “prácticas”, ya que la brecha que los separa sería casi imposible de remontar.
Lo cierto es que el sistema electoral consiste en traducir votos en cargos políticos. “Ningún sistema electoral es neutro”, afirma el constitucionalista Jorge Vanossi. Según se utilice uno u otro, la misma cantidad de votos repartirá la misma cantidad de cargos pero será diversa la asignación por partidos. Así, los sistemas electorales pueden prever votos acumulativos (ley de lemas), proporcional por cocientes y restos, o D´Hont, listas cerradas y bloqueadas (lista sábana), tachas y preferencias, uninominal o plurinominal, directos o indirectos, y muchas variantes combinadas. Pero lo importante es que cuando se adopta un sistema habrá que respetarlo y ejercitarlo. La jóven autonomía porteña así lo exige. Ella debe materializars, despertar de su formalidad y cobrar vida.
Referido al sistema electoral para Jefe de Gobierno, la ciudad prescribe en el art 96 de su Constitución un sistema electoral inteligente y de gran sensibilidad entre candidatos y electores, mucho mayor que el sistema para la elección de Presidente de la Nación. La doble vuelta o doble turno es un “sistema”, ni una ni dos elecciones. En ese sistema se encausan los derechos políticos de los vecinos que puestos a elegir, lo podrán hacer en primer término por la fórmula de mayor afinidad, aquella que entienda que sea la mejor de toda la oferta electoral. Si una de ellas alcanzara la mayoría, quedaría en claro que existe una clara preferencia irreversible. Si en cambio ninguna lograra la mitad más uno, la ciudadanía –como cuerpo electoral del distrito- podrá hacer una opción entre las dos más votadas. Así preferirá una sobre otra, en un voto de menor sensibilidad a su preferencia, que los politólogos han bautizado como “voto útil”.
En el caso de la Constitución Nacional, entre el art 94 y el 98, se establece un sistema más complejo de doble turno (no balotaje) que acarrea una asitemática, es decir una neutralización de la virtud del sistema de doble vuelta. Así, si una fórmula no alcanzara el cuarenta y cinco por ciento de los votos válidos y afirmativos (no se cuentan nulos y en blanco, lo mismo ocurre en la Ciudad), y además la fórmula más votada no alcanzara el cuarenta por ciento, o si lo hiciera la brecha con el segundo no fuera mayor al diez por ciento, recién allí se realizaría una segunda vuelta. La complejidad excesiva de este sistema electoral autóctono, lleva a desvirtuar el sentido de las dos vueltas. Frente a una fórmula con notorias chances de vencer sin alcanzar el cuarenta y cinco por ciento, lleva en muchos casos a adelantar el ejercicio del “voto útil” a la primera vuelta, con el ánimo de aproximar a una fórmula preferida a la de referencia, pero que no sea la de mayor identificación con el elector. ¿Excesivamente conjetural?. La respuesta debe buscarse en su propio debut en las elecciones del año 1995.
Es cierto que el debut del sistema porteño tampoco fue el mejor en 2000, con la renuncia de Domingo Cavallo a la segunda vuelta.¿ Pero es eso legítimo? Más arriba señalaba que el sistema electoral es el medio por el cual se encausan los derechos políticos de los vecinos. Claro que hay derechos políticos activos y pasivos, y que los candidatos tienen derecho a ser elegidos si cumplen con las condiciones exigidas para el cargo. ¿Pero cuando enfrentan una elección, y esta ya está en marcha; pueden realmente desistir y no participar en la segunda vuelta? Está claro que los candidatos conocen el “sistema” electoral y a él se someten. Saben que el escenario de una segunda vuelta es posible, y por sobre todas las cosas que los ciudadanos-electores ejercen su derecho político en función de ese “sistema”; primero votando por el candidato de mayor afinidad a sus preferencias, y en segundo término –si lo hubiera- por el preferido entre los dos más votados en primera vuelta. ¿Quién podría interferir en ese derecho sin resultar arbitrario? . El balotaje permite además dotar de mayor legitimidad de origen al Jefe de Gobierno, como así también permitir la reflexión del votante respecto de la introducción de los equilibrios necesarios, y también –por qué no- cambiar el destino del triunfador como ocurrió en la Ciudad en 2003. Quedar a mitad de camino es asomar la amenaza de dudar sobre la legitimidad del ejercicio del poder. La experiencia nacional de 2003 marcó un tránsito en la cornisa que debió sobreponerse trabajosamente.
Por supuesto habrá quienes en su derecho opinen que una segunda vuelta es un despilfarro de recursos, que se podrían utilizar en otras cosas. Pero esa discusión, en tal caso, debió darse en otro momento, en el momento constituyente originario o en algún otro por venir. En ese orden se trabajan las instituciones, así se coinstituye para alcanzar una democracia más representativa y de mayor calidad.
Abogado. Mg en Administración Pública - Universidad Complutense de Madrid - . Integra el Directorio de CASSABA – En Liquidación -.